Entré a la habitación de Juan el otro día. Estaba en el menos uno entregando albornoces y casi sin querer abrí la puerta. Estaba ordenada y limpia, sin embargo, su olor se había impregnado. Nos ví aquella primera noche, revolcándonos salvajemente en esa misma cama, besándonos como si en eso se nos fuera la vida, sudando como trabajadores forzados, reprimiendo los gemidos para no molestar a los huéspedes. A la mañana siguiente salí por la puerta de la cocina para que nadie me viera. A duras penas podía caminar, "cordobés culiado" pensé. Antes de follar habíamos quedado en ir a hacer unos trámites a tesorería juntos y ya no podía retractarme, aunque me hubiera quedado hecha un ovillo en mi cama. Nos juntamos en la parada del minibus de la parroquia hechos unos zombis. Nos costó un mundo llegar a la tesorería, a pesar de lo pequeño que es Arcadia es fácil perderse, sobre todo para nosotros acostumbrados a la perfección y comodidad de las cuadras españolas y no a los laberintos medievales. Esto puede parecer un pelambre pero como acotación debo decir que éste ha sido hasta la fecha en el único servicio público donde hemos sido decentemente tratados y como no si es para que paguemos los impuestos. En fin, saliendo de allí me moría de hambre así que me metí rauda en la primera taquería que encontré en el camino. Juan no quiso comer, estaba raro y me dijo que se iba, vale le respondí, nos vemos después y se despidió con un beso en la boca. Ay pensé, creerá que somos novios después del tremendo polvo de anoche. El taco estaba buenísimo y recuperé algo de fuerzas. Al día siguiente había quedado con J.C. para conocernos y como aún no me recuperaba del todo dudé en ir, pero después pensé, es un café, que puede pasar. Y aquí estamos, casi seis meses después, enamorados como adolescentes. Con Juan cogí sólo otra vez, en mi habitación porque ni loca volvía a pasar las mismas peripecias de la primera vez para salir del hotel, como si follar fuera un pecado, como si más que trabajadores fuésemos esclavos reducidos a la castidad. Luego me preguntó si podíamos seguir haciéndolo y le contesté que estaba saliendo con alguien. Tenemos buen sexo chilena, me dejo, y sí, claro pero el buen sexo no lo es todo, faltaba la cuota necesaria de ternura, que era algo que estaba buscando, esa ternura que se dá o no, que no se puede disfrazar ni pedir, que va más allá de dos cuerpos que se desean sino que luego se necesitan.Que me abracen un rato antes de dormir, oler su axila, refregar mi nariz en sus pezones, chuparle la barba y después darme vuelta y que nos quedemos dormidos cucharita. Una gran cacha solo puede llamarse así si termina de esa forma.
20 diciembre, 2024
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