29 enero, 2025

 Casi un mes. Ya me ha tocado lidiar dos martes con sendas botellas de vino que JC se toma solo en la cena que él mismo prepara. Se las merece, además no es para nada un ebrio incómodo, sólo se le acentúa ese tartamudismo tan típico francés y se emociona con las ideas más locas como la de abrir una brocante en Arcadia o tener un hijo conmigo (cosa que obviamente ya descartamos de plano no sólo porque ya no tenemos ganas ni fuerzas ni edad para criar sino también pensando en lo explosiva que sería nuestra mezcla genética con los antecedentes psiquiátricos de nuestras familias y nuestras propias adicciones). Enfin, hago el amor con una lucidez que creo que desconocía, gané dos veces el Rumycube, subo los cinco pisos que separan la lavandería de la recepción con la agilidad de una gacela. Claro que hay momentos en los que quisiera poner un poco de Jameson a mi café de las cinco de la tarde, o salir a fumar un pucho después de que algún viejo fastidioso me diera la lata más de lo habitual, pero persisto y la sola idea de claudicar me quita todo el ímpetu. Aunque también pienso en la mañana siguiente, la sed, la náusea, las nulas ganas de trabajar, la mente confusa, el cuerpo hecho añicos, las mil excusas que me invento para justificar la malignidad de mis palabras o el infantilismo de mis reacciones. Eso sin contar la vomitadera; hay que espanto! Y últimamente la diarrea. Lo que pasó en Andernos fue una verdadera pesadilla y aunque el culpable directo fue el kebab más infame de Burdeos, claramente mi flora intestinal estaba en paupérrimas condiciones después de estar más de una semana bebiendo sin parar. No se que otras señales estaba esperando. Manténgase fuerte es la consigna de un bar penquista al que nunca fuí.