15 octubre, 2024

 La semana pasada cumplí seis meses desde que me fuí. No son sólo seis meses de vivir fuera, sino también de cierta desintoxicación. Digo cierta porque no he dejado del todo el tabaco ni el alcohol aunque reduje el consumo al mínimo para subsistir. La merca la he dejado por completo. Tengo nostalgia de merca, eso si. La única nostalgia que tengo de la patria. Añoro esas idas al baño, la molienda (una de mis partes favoritas), hacer unas líneas perfectas, sentir el polvo entrando, luego chupar los vestigios (esa si era mi parte favorita) y no poder resistir meter la punta del índice en la bolsita para un poco más. Revisar en el espejo que no quedaran rastros aunque lo que me delataba era la fila que había al salir, pero con la arrogancia típica de los drogadictos no me importaba nada y volvía con mis amigas rebosante de energía. Veo las historias del Taller y muero de envidia. A veces veo a E, el que me llevó por primera vez y una vez divisé a Horacio. 

Horacio. Ha sido más difícil desintoxicarme de él. Hace ya más de un año que me invitó a comer al peruano de Aníbal Pinto, donde acabamos con la remesa de pisco sour y nos besamos en la puerta mientras me acompañaba a fumar. Después nos fuimos a su casa (ay, su casa) follamos no me acuerdo cómo, pero follamos, nos dimos una ducha helada, perdí mi último aro de oro, fuimos a buscar a su hijo al colegio completamente borrachos. No se cómo no entendí ahí que nada de eso iba a funcionar, y estoy dejando fuera el factor que en aquella época ya había vuelto con JJ después del episodio E, estábamos viviendo juntos, jugábamos a la familia feliz. Extraño testigo de aquello fue el propio Horacio, quien nos escuchó la noche que decidimos embarcarnos en esa locura de volver a vivir juntos. Era invierno, en esos días tenía tres trabajos y el último de la jornada era donde un pseudo italiano concha de su madre que siempre tenía un letrerito de se busca personal por razones que ahora me parecen evidentes. Esa noche llovía a cántaros y Almirante Junk era un río torrentoso así que le pedí a JJ que me fuera a buscar. Hice la seña de autostop y de manera natural se dio un juego donde  éramos dos desconocidos. En el juego nos tomamos unas cervezas en el auto, nos pegamos una puntada y nos fuimos a un bar al que en realidad éramos asiduos. No bien entrar vi a Horacio, por tercera vez. La primera fue aquella noche que hablé con E en Máscara, la segunda una vez desde la micro en Cerro Cárcel cuando iba con su hijo y yo con el mío. Entonces aquella noche. Nuestro juego con JJ consistía en contarnos sumariamente nuestras vidas, coquetearnos de manera brutal pero sin tocarnos, beber fernet con coca cola y escaparnos al baño a cada rato. En algún momento empezamos a hablar sobre vivir juntos para sellar el acuerdo con un apretón de manos con escupitajo. El bar era tan pequeño que Horacio, que estaba al lado escuchó toda la conversación y pensó que éramos unos dementes. Eso me lo contó después cuando ya nos conocíamos un poco y le contaba mi historia y recordó que ya me había visto aquella noche y que le había gustado y que pensaba que porqué mejor no me iba a vivir con él. Después fue Tinder. Lo vi y no pude resistir, estaba ahí al alcance de la mano de féminas tan disímiles como María Félix, Cate Blanchet y Charlotte Gainsbourg. A pesar del misterio me había dado like así que el match fui inmediato. Ahora entiendo que ahí no hubo ningún mérito sino la alta probabilidad teniendo en cuenta que le daba like a todas las personas que le aparecían en Tinder. "La cosa era ponerla", según supe después por boca de uno de sus amigos. Y claro que le resultaba, en su foto de perfil sólo se veía su bella sonrisa (no se le elcanzaba a notar la falta de una muela ) y desde adelante su más que incipiente calvicie pasaba absolutamente desapercibida. Luego de eso Horacio es un hombre encantador, tiene una voz un poco aguda pero es interesante o tal vez no y solo es atractivo y tiene una casa hermosa. En la cama luego de la calentura inicial, no hubo nada de extraordinario. Y ahí estaba yo, obsesionada con él que cada vez hacía más patente su desinterés y a mi poco que me importaba. Un día después de haberlo visto seguramente con otra mina y que con suerte me mirara, y de enviarle un mensaje de texto que bien podría pasar por una carta de amor, me dió una desesperación tan grande que, mezclada con una caña infernal desataron una tormenta de llanto irrefrenable que suscitó la compasión  de todas mis compañeres de trabajo. Me sentí aliviada y ridícula y desengañada aunque a su favor debo decir que todas las películas me las pasé sola. La última vez que lo vi fue en la calle, me preguntó cuando me iba y le respondí que el 8 de abril.