Antes, cuando me curaba y como era una chica felizmente casada no nadaba en círculo con cuanto mino se me cruzaba en el camino, rayaba la papa con el 11 S. Qué si se acuerdan ustedes cuando se enteraron de la noticia, qué pensaron, temieron, festejaron? De ahí a narrar el impacto que tuvo la guerra del Golfo en mi vida(que me dejó traumadísima porque la escuché por radio y mi abuelo baticinaba el fin del mundo) era sólo un paso y daba la lata toda la noche con la misma historia, que la mayoría ya había escuchado hasta el hartazgo porque siempre me juntaba con la misma gente. En ocasiones me emocionaba hasta las lágrimas, sintiendo una autocompasión alcohólicala por lo cagada que me habían dejado los gringos en la preadolescencia. Luego pasaba a una irrestricta apología a los grupos armados para terminar sola en un rincón al borde del vómito. Pero que recuerdo de esa mañana? Despertar y verlo todo en mi precario blanco y negro, en mi mínimo cuarto (en mi mínima vida en realidad), incredulidad (para varear), angustia again y correr donde el psicólogo gratuito que me proporcionaba la universidad y que aproveché al máximo. Toda una sesión pagada por el estado chileno hablando de lo bien merecido que se lo tenían y cuan feliz estaba. Era una especie de revancha por las pesadillas de mis once años, por los dos años de catequesis y el bautizmo al que me vi forzada para no irme al limbo en caso de acabo de mundo (en esa época aún no ameritaba el infierno), por todos esos domingos perdidos donde me contaban que Martín Lutero se había revelado conta la santa madre iglesia para irse con una puta germana, y más aún, por haber nacido en dictadura, porque la Pati tuviera que morirse en el exilio, por todas nuestras muertes, por nuestro propio martes de horror. Se lo tenían bien merecido hijos de puta y ni siquiera se imaginan lo que les espera.
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