13 agosto, 2007

Sueño. Cagada de sueño en realidad. Aquí estoy en esta biblioteca paupérrima que gracias a Bill y Melinda Gates tiene internet (y gratis. De algo que sirvan los gringos de mierda). Acontecimientos: Su ya me abandonó y hoy si que comienzo la dieta. Anoche, mientras releía Rayuela (que nunca antes me ha parecido tan interesante, no sé que me pasa), se cortó la luz y me quedé ahí, en medio de esa oscuridad y de una terrible tormenta, sintiéndome a salvo, absolutamente segura bajo las frazadas de mi cama, a pesar que el mundo parecía desmoronarse allá afuera. Lo disfruté hasta que me venció el sueño, porque tenía la certeza de que esa sensación no la tengo muy amenudo. Qué más decir de mis días campestres? Que los rayos de sol que trajo mi amiga se fueron con ella y de nuevo esta lluvia que moja hasta el alma, que te empapa hasta las ideas, que no para nunca. Que definitivamente no puedo volver a acostumbrarme a la vida familiar y que extraño tanto volver a estar sola. Que cada vez me acuerdo menos de JJ y espero que eso signifique que cuando vuelva al Puerto no lo voy a necesitar o por lo menos no tan desesperadamente. Que de verdad es tortuoso esto del celibato, pero no quiero volver a tirarme a cualquier huevón una noche de Sala. Que me da un poco de miedo siquiera pensar tomarme una chela porque ahí presiento, a la vuelta de la esquina, el desespero, la angustia, las ganas locas de colocarme unas líneas. Que qué bueno sería tener mi posada en la vieja casa de mis abuelos para que no esté tan abandonada, tan olvidada, tan vieja, tan llena de cachureos, tan perdida en el tiempo, tan muda guardiana de los veranos de mi infancia y, mejor aún, de las tardes de mi adolescencia cuando, a falta de otros entretenimientos, comencé a fantasear con un mundo que ahora me dedico a descubrir.