Un tipo que conocí mientras trabajaba en el ciber del Leo y que para varear llegó a engrupirme con un libro, me dijo que después de leer a Pessoa mi vida no iba a ser la misma. Como pueden imaginar me cagué de la risa en su cara y lo encontré tan patéticamente ridículo que no lo quise ver nunca más (de hecho cada vez que lo veo le hago la tremenda bicicleta). Pero me quedé con el libro, así como tentando a la suerte y una vez más yo estaba equivocada. Me gustó tanto esa antología que la verdad es que ni se la pienso devolver, pero el cambio en mi vida fue más radical, casi como una premonición, un augurio, que se yo.
Así que aquí estoy, viviendo después de nueve años en el lugar del que tanto renegé, escapando como siempre, tratando de inventarme otra vida. Y es todo tan nuevo y hace tanto calor y estoy tan definitivamente sola (por primera vez, yo que tanto lo andaba buscando). Y esta ciudad me recuerda un dolor que no me dejaba dormir (en nada parecido al que siento ahora y en el que a pesar de esa certeza continuo, exagero), que me traía sonámbula, hecha un despojo cagado de miedo, un despojo de mierda que no hizo nada con esa vida que tenía entre las manos, cuando hubiese sido tan fácil ser feliz, amacharse y partir. Siento, por lo menos hoy , que soy incluso peor que eso, que soy el sobrante de esa muchacha de 18 que llegó una mañana a Santiago de Chile con todos los sueños rotos. Entonces tendré que rearmarme o simplemente desistir.
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