17 septiembre, 2024

 Estoy sentada escribiendo esto en la mesa de la casa de mi novio. Se llama JC, es absolutamente europeo, sexy, burgués, de derechas, tiene un trabajo del que ni siquiera puedo hablar. Como llegué aquí si las últimas noticias me situaban en la decadencia misma de Cochrane 87? Procedo a resumirlo. Antes de dejar Contulmo, sumida en la peor de las depresiones, entendiendo que lo había perdido todo, que era imperioso reconstruir la vida aunque no sabía cómo y sobre todo con qué fuerzas porque apenas me podía levantar, decidí que dejaría el país porque si me iba a pegar el salto, que fuera grande, al otro lado del charco, para qué andar con pequeñeces. Tenía ahorrado algo de dinero, que primero fue para comprarme un auto, luego para en algún terreno y con el que al final pude pensar con más tranquilidad la idea de autoexiliarme sin tener que esperar demasiado. Había terminado hacía poco con un novio que tuve cerca de un año, Darío, un chico lindo y dulce que me provocó un daño en el cuello del útero del que todavía no me recupero del todo. Terminamos por una pelea tonta pero la realidad era que estaba en un pozo tan profundo de desolación que no podía con la carga emocional de una relación, cualquiera fuera su tipo. Lo hice todo mal, no me comporté coma la adulta que soy, me perdí en los subterfugios del amor moderno para no tener ningún tipo de responsabilidad afectiva. Si algún día llegas a leer esto Darío, quiero que sepas que lo siento, que te quise mucho, que fuiste un bálsamo para mi alma y una condena para mi salud sexual, pero lo pasamos bien, contigo volví a sentir amor y compañerismo y resfriados bolivianos. De verdad lo siento. Cuando estaba en el peor momento, cuando no hacía más que llorar cada vez que me subía al auto para volver del trabajo a la casa y manejaba los treinta kilómetros de montaña con los ojos empañados corriendo un peligro mortal y por mi cabeza pasaban a cada momento pensamientos disrruptivos del tipo que pasaría si me estrello contra ese o aquel camión maderero o si me desbarranco o si me tiro por ese puente. Luego un día me llamaron del hospital del pueblo lejano para decirme que después de tres años me iban a hacer la rinoseptoplastía , que debía hacerme los exámenes pertinentes e ingresarme la semana siguiente, sin siquiera tener una cita previa con el cirujano como habíamos previsto hace tres años. No. El doctor Ojeda me vería en la sala de operaciones, cualquier duda podía dilucidarla en aquel momento. Lejos de angustiarme aquella idea me entusiasmó, supongo que hacer cualquier cambio, aunque fuera uno tan radical como ese, era algo que me hacia volver a la vida, además tampoco era necesario cambiar mi nariz, solo era una alternativa que me habia ofrecido el médico. Llegó el día, mi padre me llevó al hospital donde debía pasar la noche, murió la reina Isabel, dormí tranquilamente. Me cuesta creer lo tranquila que estaba teniendo en cuenta que en aquella época no tomaba la Venlaflaxina. Cuando llegué al pabellón, estaba saliendo de cirugía un niño al que le habían extirpado las amígdalas y las enfermeras lo trataban con un amor reconfortante. Ojeda me preguntó que quería, de dije que sacar la jiba y levantar la punta, puedo hacerlo me respondió. Entré en la anestesia general con el placer de siempre, no se si hay una sensación más exquisita que esa. Dos horas de quirófano, al salir las mismas enfermeras amorosas se ocuparon de mi y nunca respiré como en aquel momento. Como todas mis experiencias en el servicio público me trataron fenomenal, todo fue satisfactorio, no pagué ni un puto peso. Los días siguientes sentí olores desconocidos, intensidades aromáticas que no sabían que existían y cierta curiosidad de mi nuevo rostro. Claro que me veía distinta pero reafirmé aquella certeza que tuve cuando decidí operarme, que si bien mi nariz era un razgo distintivo no era yo, nada de lo que hay fuera era yo, son partes de mi que en realidad no me definen, soy más que un cuerpo, más tarde comprendí que aquello era sólo una parte de la verdad, pero esa es otra historia.