Tuve la estúpida idea de invitar a JC al festejo del 18. Como si ya no hubiera sido suficiente padecer cuarenta y cuatro años el yugo de la chilenidad, cuando al fin me liberé, me tienta la idea las empanadas jugosas, anticuchos salados y obviamente litros de pisco sáwer. Nos fuimos de excursión como ya es habitual en mis días libres, con toda la sanidad física y mental de dos cuarentones alcohólicos con ganas de redimierse. Hacemos buen equipo aunque mientras subo y subo cerros, me falta el aire, me da una punzada en el costado derecho, sudo como china, no dejo de preguntarme si hago ese esfuerzo sobrehumano porque realmente quiero o para agradar a mi precioso amante. La respuesta es todas las anteriores, antes de encontrarme con él (en Tinder of course) ya tenía la idea de salir de excursión, es casi el deporte nacional del verano por acá y la verdad es un poco criminal no hacerlo. Como estaba lesionada de otra borrachera memorable previa a mi cumpleaños y la última en Portugal, debía esperar la pronta recuperación. Así que fui al doctor, me puse un aceite escencial que olía como mi abuelo Landa, hice cinco sesiones con Adriá, un fisioterapeuta jovencísimo y bellísimo con el que hubiera seguido en terapia por toda la eternidad, fuimos a Francia a comprar zapatos adecuados al Decathlon (que pagó él), hice sagradamente mis ejercicios con unas bandas elásticas improvisadas. Hasta que un día ya casi no sentí dolor. Entonces subimos a la pista de esquí de nuestro barrio que en veranos es un paseo obligado para los turistas. Como era el día de la santa patrona nos habían dicho, erróneamente, que las telesillas eran gratis, así que en un gesto de avaricia proverbial subimos y JC tuvo que pagar 20 euros que jamás le devolví. En la cima hay un reloj solar que había visto varias veces desde lejos y aunque no es un gran mérito subir en telesilla, me pareció una hazaña digna. Luego bajamos caminando hasta unos famosos lagos que son más bien lagunas y no pude resistir la tentación de bañarme. Haciendo gala de mi impudicia habitual, me sumergí sin ropa en las frías aguas pirineicas. No se si hay algo que me haga sentir más viva que ese segundo, el primero, de la inmersión. El frío contra el que tanto batallo es también mi lugar.
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